Peñíscola

Azucarillo y en el fondo Peñiscola
Hay ciudades que se te quedan grabadas no solo por su belleza, sino por todo lo que insinúan sus muros. Peñíscola es una de ellas: un rincón mediterráneo donde historia y mar se dan la mano. Ubicada entre el azul del Mediterráneo y la Sierra de Irta, ofreciendo una combinación perfecta de patrimonio, naturaleza y un clima suave que invita a volver en cualquier estación.

Su historia es digna de película —y de hecho, lo ha sido más de una vez—. Antes de convertirse en el hogar del famoso Papa Luna, el imponente Castillo de Peñíscola fue una fortaleza templaria. Los templarios lo levantaron entre los siglos XIII y XIV sobre una antigua alcazaba árabe, hoy perdida en el tiempo. Su posición, en lo alto de un peñón rodeado casi por completo por el mar, la hacía un bastión casi inexpugnable: aún hoy parece más fuerte que el viento que lo rodea.

Pero Peñíscola no siempre fue tan tranquila. Durante siglos, corsarios y piratas acecharon sus costas en busca de botines y refugio. Esa mezcla de peligro y aventura sigue viva en las rutas familiares del casco antiguo, donde personajes como la Pirata Mar o el Caballero Roque guían a grandes y pequeños por sus calles empedradas. Es una forma divertida de imaginar cómo sonaban estas murallas.

Y entonces llegó el Papa Luna. Benedicto XIII, uno de los papas más controvertidos del medievo: durante el Cisma de Occidente, defendió su legitimidad frente a otros dos pontífices. Desde Peñíscola, gobernó, resistió y escribió algunas de sus cartas más históricas. Aún se conservan en el castillo los espacios donde vivió, estudió y rezó, rodeado por diplomáticos y cortesanos.

Pero esta ciudad no se quedó anclada en el pasado. Su magnetismo y encanto han traspasado siglos y pantallas. En los años 60, Charlton Heston y Sophia Loren rodaron aquí El Cid, y más tarde las cámaras de Juego de Tronos transformaron sus murallas en la ciudad de Meereen. También ha aparecido en producciones españolas como El Ministerio del Tiempo, Chiringuito de Pepe o El Barco. Lo cierto es que Peñíscola parece hecha para el cine: tiene luz, textura y un aire épico que no se finge.

La Sierra de Irta, al sur, es el otro gran tesoro que acompaña a Peñíscola, completando la postal. Declarada Parque Natural y Reserva Marina en 2002, se extiende paralela a la costa unos 15 kilómetros, entre calas escondidas y caminos de monte. Aquí la tierra se mezcla con el mar sin prisas. Destaca la Torre Badum —una torre de vigilancia del siglo XVI—, los restos del castillo de Pulpis y las antiguas torres de defensa que alertaban sobre invasiones piratas. Es un paraíso para senderistas, ciclistas o quienes buscan perderse entre el silencio del bosque y el rumor del mar.

Tarta de queso de La Taperia Cocina de Ana Y entre historia y cámaras, siempre hay tiempo para un descanso:La Tapería Cocina de Ana, un pequeño local con alma grande, donde la hospitalidad se sirve con acento extremeño y sabor casero. Su tarta de queso —servida con vistas al castillo— fue una de esas sorpresas que no se olvidan fácilmente. Curiosamente, en una ciudad famosa por sus espetos y su cocina marinera, fue el postre el que terminó robándose el protagonismo. 

💬 Azucarillo final:
Hay lugares que te cuentan historia… y otros que te la hacen sentir. Peñíscola, sin duda, pertenece a los segundos.

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