Braojos de la sierra
En la actual Comunidad Autónoma de Madrid, entre las coordenadas 41º-48ºE y 42º-49ºN, se encuentra uno de esos pueblos
de la Sierra Norte que parecen hechos para la calma… aunque guardan historias que no lo son tanto: Braojos.
Asentado en el sector oriental de la Sierra de Guadarrama, dentro del horst de los Montes Carpetanos, el pueblo
lleva siglos apoyado sobre rocas antiguas que han visto pasar pastores, viajeros, soldados y, más recientemente,
cámaras de televisión.
La historia escrita de Braojos arranca en el siglo XI, cuando Alfonso VI incorpora estas tierras a la Comunidad de Villa y Tierra de Buitrago (1096). La no escrita se adentra un poco más en el tiempo: algunos historiadores apuntan a un posible origen celta, quizás escondido en ese prefijo bra- que podría referirse a la broza de árboles.
Esa mezcla de quietud aparente y capas de historia se percibe con especial fuerza en los restos de la Guerra Civil que todavía pueden visitarse. Basta tomar el camino que une Braojos con La Acebeda para encontrar, junto al primer túnel de la antigua vía del ferrocarril Madrid–Burgos, varios búnkeres que en su día sirvieron como refugio y defensa.
La línea férrea, eje estratégico del territorio y hoy un icono para exploradores, senderistas y amantes de lo insólito, ha sido escenario de programas como Cuarto Milenio y de la serie Invisible, adaptación televisiva de la novela homónima de Eloy Moreno. En esta última producción aparece claramente la boca del túnel donde sobreviven dos de estos búnkeres, convertidos en mudos guardianes de un pasado reciente.
Quien sube la ladera de los Cerrillos descubre que el terreno, poco a poco, empieza a narrar su
propia historia. Si vas hacia la izquierda Si subes por la ladera de los Cerrillos, el paisaje empieza a
volverse narrador. Conviene avanzar hacia la izquierda, bordeando un collado apenas insinuado; es allí donde
aparecen las primeras huellas del frente. Más arriba, casi en la cresta, las trincheras se hacen más claras
y la silueta de un fortín cilíndrico, tan característico de esta zona de la sierra, emerge entre las rocas
como un recordatorio de los años en los que este sector fue parte del frente nacional.
Durante la contienda, las posiciones apenas variaron: solo se realizaron rectificaciones puntuales para ocupar puntos tácticamente más ventajosos. La más significativa fue la antigua posición 21, situada al oeste de La Suela o Rocosa Alta, que se desmanteló y reubicó en lo alto del mismo cerro.
Por estas alturas pasaron la Columna de Somosierra, transformada luego en la 1ª Brigada de la división de Soria y más tarde en la 73 División. Las posiciones que hoy se visitan alojaron en su momento a dos batallones: uno en la Rocosa Baja, con su puesto de mando en el Molino de Gascones, y otro en la Rocosa Alta, también conocida como La Suela o Cerro de La Cabeza. En el lado republicano, y prácticamente sin cambios durante el conflicto, resistieron la 28ª Brigada Mixta y posteriormente la 27ª, con el puesto de mando habitualmente instalado en Villavieja del Lozoya.
Son restos silenciosos, sí, pero poderosos: un museo al aire libre integrado en un paisaje que mezcla la dureza heredada de la guerra con la suavidad de los pastos y el ir y venir de la fauna local.
Quien quiera profundizar en estas rutas y en la historia militar del entorno, puede hacerlo en el libro Senderos de guerra 1. Rutas por el frente de la sierra de Madrid de Jacinto M. Arévalo.
Pero Braojos no es solo memoria bélica. A 1.194 metros de altitud, el pueblo emerge entre robledales, fresnedas, prados y setos que cambian de color con las estaciones. La cigüeña blanca regresa cada año a la torre de la iglesia, la oropéndola traza destellos amarillos entre las ramas más altas y, al caer la noche, pequeños mamíferos atraviesan los pastos mientras el viento se filtra entre los pinos silvestres.
En el corazón del casco urbano se levanta la Iglesia de San Vicente Mártir, cuya construcción comenzó en el siglo XVII, aunque existe la teoría de que podría asentarse sobre los restos de una torre militar bajomedieval del siglo XIV o XV. Su torre, erigida en un punto estratégico, da paso a un edificio donde conviven estilos como el barroco, el renacimiento y el mudéjar, testigos de siglos de culto y vida comunitaria. Entre sus tesoros destaca el retablo de la Capilla de los Vargas, obra de Gregorio Hernández fechada en 1633, así como el Altar del Ángel, frente a la puerta principal, con tablillas atribuidas a Pedro de Berruguete “El Viejo”.
Cada invierno, la Pastorela , danza tradicional que se interpreta durante las fiestas, devuelve al templo y a sus calles un ritual comunitario que ha sobrevivido generación tras generación.
A apenas un kilómetro del núcleo urbano se encuentra la Ermita del Buen Suceso, un edificio de planta rectangular de tres naves, coronado por un cimborrio que sostiene una cúpula y rematado por una pequeña espadaña. Su historia, junto con la de la iglesia parroquial, está recogida con detalle en la obra Iglesia parroquial de San Vicente Mártir de Jorge Sedano Sánchez.
Braojos es, en definitiva, naturaleza, historia y un puñado de silencios que hablan.
La historia escrita de Braojos arranca en el siglo XI, cuando Alfonso VI incorpora estas tierras a la Comunidad de Villa y Tierra de Buitrago (1096). La no escrita se adentra un poco más en el tiempo: algunos historiadores apuntan a un posible origen celta, quizás escondido en ese prefijo bra- que podría referirse a la broza de árboles.
Esa mezcla de quietud aparente y capas de historia se percibe con especial fuerza en los restos de la Guerra Civil que todavía pueden visitarse. Basta tomar el camino que une Braojos con La Acebeda para encontrar, junto al primer túnel de la antigua vía del ferrocarril Madrid–Burgos, varios búnkeres que en su día sirvieron como refugio y defensa.
La línea férrea, eje estratégico del territorio y hoy un icono para exploradores, senderistas y amantes de lo insólito, ha sido escenario de programas como Cuarto Milenio y de la serie Invisible, adaptación televisiva de la novela homónima de Eloy Moreno. En esta última producción aparece claramente la boca del túnel donde sobreviven dos de estos búnkeres, convertidos en mudos guardianes de un pasado reciente.
Pero estos restos no están solos, no se limitan a la zona del ferrocarril. En el Cerro de los Cerrillos y
en las inmediaciones del Arroyo de la Dehesa se conservan más estructuras defensivas: trincheras, fortines
cilíndricos y oquedades que hablan sin necesidad de palabras.
| Búnker Arroyo de la Dehesa |
Durante la contienda, las posiciones apenas variaron: solo se realizaron rectificaciones puntuales para ocupar puntos tácticamente más ventajosos. La más significativa fue la antigua posición 21, situada al oeste de La Suela o Rocosa Alta, que se desmanteló y reubicó en lo alto del mismo cerro.
Por estas alturas pasaron la Columna de Somosierra, transformada luego en la 1ª Brigada de la división de Soria y más tarde en la 73 División. Las posiciones que hoy se visitan alojaron en su momento a dos batallones: uno en la Rocosa Baja, con su puesto de mando en el Molino de Gascones, y otro en la Rocosa Alta, también conocida como La Suela o Cerro de La Cabeza. En el lado republicano, y prácticamente sin cambios durante el conflicto, resistieron la 28ª Brigada Mixta y posteriormente la 27ª, con el puesto de mando habitualmente instalado en Villavieja del Lozoya.
Son restos silenciosos, sí, pero poderosos: un museo al aire libre integrado en un paisaje que mezcla la dureza heredada de la guerra con la suavidad de los pastos y el ir y venir de la fauna local.
Quien quiera profundizar en estas rutas y en la historia militar del entorno, puede hacerlo en el libro Senderos de guerra 1. Rutas por el frente de la sierra de Madrid de Jacinto M. Arévalo.
Pero Braojos no es solo memoria bélica. A 1.194 metros de altitud, el pueblo emerge entre robledales, fresnedas, prados y setos que cambian de color con las estaciones. La cigüeña blanca regresa cada año a la torre de la iglesia, la oropéndola traza destellos amarillos entre las ramas más altas y, al caer la noche, pequeños mamíferos atraviesan los pastos mientras el viento se filtra entre los pinos silvestres.
En el corazón del casco urbano se levanta la Iglesia de San Vicente Mártir, cuya construcción comenzó en el siglo XVII, aunque existe la teoría de que podría asentarse sobre los restos de una torre militar bajomedieval del siglo XIV o XV. Su torre, erigida en un punto estratégico, da paso a un edificio donde conviven estilos como el barroco, el renacimiento y el mudéjar, testigos de siglos de culto y vida comunitaria. Entre sus tesoros destaca el retablo de la Capilla de los Vargas, obra de Gregorio Hernández fechada en 1633, así como el Altar del Ángel, frente a la puerta principal, con tablillas atribuidas a Pedro de Berruguete “El Viejo”.
Cada invierno, la Pastorela , danza tradicional que se interpreta durante las fiestas, devuelve al templo y a sus calles un ritual comunitario que ha sobrevivido generación tras generación.
A apenas un kilómetro del núcleo urbano se encuentra la Ermita del Buen Suceso, un edificio de planta rectangular de tres naves, coronado por un cimborrio que sostiene una cúpula y rematado por una pequeña espadaña. Su historia, junto con la de la iglesia parroquial, está recogida con detalle en la obra Iglesia parroquial de San Vicente Mártir de Jorge Sedano Sánchez.
Braojos es, en definitiva, naturaleza, historia y un puñado de silencios que hablan.
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